sábado, 25 de agosto de 2012


Autonomía y Libertad

El hombre ha nacido libre y por todas partes se encuentra encadenado.
Alguno que se cree el dueño de los demás no es menos esclavo que ellos.
¿Cómo se ha producido este cambio? Lo ignoro.
¿Qué puede volverlo legítimo? Creo poder resolver ésta cuestión.
Jean-Jaques Rousseau El Contrato Social

Hemos visto que la ética es una rama de la filosofía que se centra en la moral y que realiza análisis y teorías sobre la naturaleza, la función y el valor de los juicios morales. Vimos que los actos morales son aquellos que son realizados por el hombre de forma consciente y libre y que para ello se han de cumplir una serie de fases que garanticen que los actos que realizamos sean verdaderamente racionales, a ello le llamamos razón práctica. Sin embargo, queda por aclarar qué entendemos por libertad y por qué mis actos están al final regulados por reglas, normas morales y leyes. En esta sesión trataremos de aclarar qué es lo que nos permite considerarnos autónomos en nuestro actuar y qué entendemos por libertad.
La voluntad puede ser definida como un apetito del intelecto, una tendencia desencadenada por antecedentes cognitivos racionales; dadas estas características hemos de decir que es una propiedad exclusiva del ser humano y además es la facultad que le posibilita del atributo de la libertad o el libre albedrío.
En palabras más simples podemos decir que a voluntad nos dicta aquello que queremos o deseamos, dirige nuestro actuar en tanto que determina aquello que buscamos, los fines de nuestra acción son determinados por nuestra voluntad. Aunque ya hemos visto que la racionalidad práctica pasa por una serie de fases que permiten valorar tanto los fines que la voluntad nos presenta como identificar los medios necesarios para alcanzarlos.
También mencionamos que los actos que interesan a la ética son sólo aquellos que sean susceptibles de calificación moral, es decir, aquellos que se realizan desde la autonomía del sujeto: conscientes y libres.
La autonomía he solido entenderse a partir de lo dicho por Kant: una característica de la moral que supone los actos morales independientes de cualquier norma o fin exterior al humano. Podemos llamarnos seres autónomos cuando nuestros actos han pasado por el filtro de nuestra propia deliberación y volición.
Como podemos ver, autonomía y libertad son dos conceptos que van de la mano. Como refiere la cita al inicio, si por una parte podemos considerarnos seres autónomos que consciente y libremente deciden sobre sus actos, por qué es que por otro lado hay normas, reglas y leyes que los regulan. ¿Hay un límite para mi autonomía y mi libertad? De ser así, ¿soy completamente libre? ¿Qué me obliga a cumplir con esas normas, reglas y leyes que parecen limitarme? Estas preguntas fueron respondidas por el mismo Kant.
Partamos del siguiente hecho: Cuando sentimos algún dolor o malestar en el cuerpo, nos suponemos enfermos, acudimos con un médico y le contamos nuestras dolencias y malestares; después de un análisis de los mismos él diagnosticará nuestro estado y de ser necesario nos prescribirá medicamentos que debemos ingerir bajo un régimen de cantidad y horario específicos. Si nosotros queremos terminar con la enfermedad, entonces debemos cumplir a cabalidad con el régimen médico. Lo más probable es que el médico nos solicite volver en unos días o semanas para dar seguimiento de nuestra recuperación. Si al volver, en lugar de mejorar hemos empeorado nuestro estado, el médico se preguntará qué no funcionó del régimen prescrito y nos preguntará: -Señor, ¿tomó Usted todo el medicamento siguiendo el régimen horario que le indiqué? Si respondemos que no, entonces el médico dirá que hemos sido irresponsables para con nuestra propia salud, y que no ha sido nuestro deseo sanar, pues de ser así habríamos cumplido sus órdenes. Tendrá razón y nosotros no podremos apelar a que no nos gusta tomar medicamentos y que no quisimos tomarlo, porque entonces él responderá que no deseamos sanar y que no es más su responsabilidad intentarlo.
Que podemos decir para explicar la autonomía de nuestra voluntad. Cuando nos encontramos ante una orden (como la prescripción médica), sólo estaremos inclinados a cumplirla sin sentirnos ofendidos en nuestra autonomía si la identificamos como un medio para satisfacer nuestra propia voluntad. En el caso antes descrito, seguir al pié de la letra la prescripción implica que internamente nos parezca racional por el deseo de sanar.
La autonomía de la voluntad, según Kant, implica darse leyes a sí misma y es el valor supremo de la moralidad. Si las normas y principios morales que seguimos de alguna manera tienen su origen en nosotros mismo por saberlas racionales, entonces cumplirlas no es un imposición externa que podamos rechazar. La voluntad, es vista por Kant, desde el anterior planteamiento, razón práctica, pues la razón es la única facultad que puede imponer leyes, por lo tanto, decir que la voluntad es autónoma significa que es autolegisladora.
Si llevamos lo anterior al hecho que describimos antes, podemos decir que al sentirnos enfermos y visitar al médico para que nos prescriba, lo que nos obliga a seguir u obedecer tal prescripción no es sino nuestra propia voluntad de sanar. No hay imposición en ello a menos que no deseemos sanar, lo que sería irracional.
Si bien hemos resuelto la cuestión de la autonomía, tenemos que aceptar que no todas las normas y las leyes que regulan nuestros actos son de tal carácter. Existen leyes que parecen más bien impuestas no sabemos por qué ni por quién y que debemos cumplir. Ante este hecho, podemos decir que implican una limitante a la libertad.
Debemos pasar entonces al tema de la libertad: ¿qué es y cómo se define? La filosofía, desde muchas perspectivas, ha tratado siempre de aclarar éstas preguntas y para la ética se convierte en un tema obligado.
Consideremos para iniciar que la libertad es condición elemental de la moralidad, si los seres humanos no fueran libres, sus acciones no serían imputables. La responsabilidad moral proviene de esa imputación. La manera más frecuente de desviar las acusaciones por nuestros errores es apelar a que no fue un acto libre, por ejemplo, un miembro del ejército que apela a que sus asesinatos fueron cometidos siempre siguiendo una orden, intenta despojarse de la responsabilidad que se le imputa.
El problema principal de la libertad refiere a sus límites: entre los individuos, la libertad de unos crece a expensas de la de otros. Un aprendiz de música que toca el saxofón practica todo el día causando mucho ruido y molestando a sus vecinos, aunque lo hace dentro de su casa, cuál es el momento en que cualquiera de sus vecinos puede llamar a su puerta para solicitarle que deje su práctica, al menos por un rato. El criterio que marque el límite de la libertad individual es un problema claramente moral, pues se convierte en el modo de evitar un conflicto entre particulares; el análisis de dicho criterio y su justificación racional se convierten en una cuestión perteneciente al campo de la ética.
El término “libertad” suele usarse en diferentes contextos y acepciones, a la ética le resulta importante como propiedad de las acciones humanas; decimos que estas son libres cuando no existen obstáculos que impidan al sujeto llevar a cabo sus deseos reales y posibles. A ésta forma de libertad la llamamos: libertad de acción. Por ejemplo podemos poner mi deseo de abandonar ésta sala. Nos referimos a una acción que no encuentra impedimentos para su realización.
Por otro lado podemos entender los actos humanos como libres cuando el simple hecho de quererlo constituye un verdadero acto de autodeterminación. En este segundo sentido soy libre si yo soy el principio de mis acciones y se me puede atribuir por completo la iniciativa. La libertad entendida como autodeterminación del querer se llama libre albedrío.
Estas consideraciones dejan en claro que podemos entender dos tipos de libertad, pero aún no arrojan luz sobre el criterio que pueda servir como límite para la libertad individual. Quizá la aportación más clara al respecto sea la de Isaiah Berlin, quien plantea dos formas de libertad: libertad negativa y libertad positiva.
La libertad negativa es igual a la no interferencia, a que podemos actuar como mejor nos parezca sin encontrar impedimento para ello. Para Berlin, en la libertad negativa existe una relación simétrica a la inversa entre coacción y libertad: cuanto más crece una más pequeña se hace la otra. Llama a ésta forma de libertad la libertad política, pues ese es el espacio en el que un individuo puede actuar sin encontrar obstáculo por otro.
La libertad negativa tiene sus límites en la vida privada, las actividades privadas de las personas no deben tener impedimento alguno, no obstante, debemos preguntar hasta dónde llega la vida privada. Los límites entre lo público y lo privado son poco claros, de modo que la línea que permitiría imponer coacción a la actividad de un hombre pues inicia la vida pública es discutible, en incluso negociable. Una cosa innegable es que los humanos somos interdependientes y pocas actividades tienen un carácter tan privado como para no obstaculizar la vida de los demás.
En términos concretos podemos entender la libertad negativa como la posibilidad de actuar o no actuar sin encontrar obstáculo ni ser obligado por otro.
La pregunta en el fondo es ¿cómo distinguir de manera precisa entre los actos privados y los públicos?
La libertad positiva, por otro lado, se entiende como la situación en la que un individuo puede orientar su voluntad hacia un objetivo, tomar una decisión sin estar determinado por la voluntad de otro. El elemento crucial de la libertad positiva es la voluntad, querer hacer algo y elegir un objetivo; de tal modo que esta forma de libertad se presenta casi como un sinónimo de la autonomía.
La libertad positiva cualifica la voluntad, mientras que la negativa es una cualificación de la acción. En Dos formas de la Libertad, Isaiah Berlin ofrece la siguiente definición de la libertad positiva:

El sentido “positivo” de la palabra “libertad” se deriva del deseo por parte del individuo de ser su propio amo. Quiero que mi vida y mis decisiones dependan de mí mismo, y no de fuerzas exteriores, sean estas del tipo que sean. Quiero ser el instrumento de mis propios actos voluntarios y no de los otros hombres. Quiero ser un sujeto y no un objeto; quiero persuadirme por razones, por propósitos conscientes míos y no por causas que me afecten, por así decirlo, desde fuera. Quiero ser alguien, no nadie; quiero actuar, decidir, no que decidan por mí; dirigirme a mí mismo y no ser accionado por una naturaleza externa o por otros hombres como si fuera una cosa, un animal o un esclavo incapaz de jugar mi papel como humano, esto es, concebir y realizar fines y conductas propias. Esto es, por lo menos, parte de lo que quiero decir cuando afirmo que soy racional y que mi razón es lo que me distingue como ser humano del resto del mundo. Sobre todo, quiero tener consciencia de mí mismo como un ser activo que piensa y quiere, que es responsable de sus propias elecciones, y es capaz de explicarlas por referencia a sus ideas y propósitos propios. (Berlin, 1958)

Como podemos ver, la libertad adquiere su sentido plenamente moral cuando se acerca a su sentido positivo, por ello mencionábamos que puede ser casi un sinónimo de la autonomía. Para concluir, hemos de hacer notar que en cualquier sentido la libertad se gana, no es un atributo innato de los seres humanos. Con nuestra autonomía ganamos libertad, con nuestros actos conscientes ganamos libertad.



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